La magia de dejarse guiar y viajar con agencia

 Aunque pueda sonar contradictorio, habiendo trabajado tantos años en turismo y diseñando itinerarios para otros, nunca me había planteado hacer un viaje personal pagando una agencia. Siempre pensé que viajar era algo que sabía hacer sola, que tenía la capacidad de planearlo todo: rutas, restaurantes, transportes, recorridos. Y lo cierto es que sí. Pero con el tiempo descubrí que esa forma de viajar, aunque enriquecedora, también cansa. 

Viajar sola implica libertad, pero también implica cargar con todas las decisiones. Una parte enorme de mi energía se iba en buscar el lugar perfecto para comer, en calcular tiempos, en entender un sistema de transporte desconocido. Y claro, perderse en el metro o descubrir un rincón escondido tiene su magia, pero llega un momento en el que también dan ganas de soltar el control, de dejar que alguien más se encargue de lo logístico para que uno mientras tanto pueda simplemente llegar, respirar, vivir y disfrutar.

En eso consiste para mí la idea de viajar con una agencia: es como tener amigos locales en cada destino, personas que ya hicieron el trabajo de investigar, de equivocarse, de probar. Ellos te llevan directo a lo esencial, te ahorran tiempo y energía, y te regalan algo que pocas veces tenemos en la vida cotidiana: descanso mental. La posibilidad de estar plenamente en el presente, de no pensar en qué sigue, de sólo recibir y disfrutar.

Sobre todo si es una experiencia que te regalas con un grupo de desconocidos. Antes la idea me parecía incómoda: compartir un viaje con desconocidos, mezclar rutinas, convivir. Sin embargo, ver lo que pasa en esos viajes cambió por completo mi percepción.

Viajar en grupo es una paradoja hermosa: es como viajar sola, pero acompañada.

Tienes espacio para la introspección, pero también alguien con quien compartir un café.

Encuentras personas que, aunque no conocías, están en una búsqueda parecida a la tuya: sentido, pausa, aventura, transformación.

De repente, la comida se comparte en el centro, y en ese gesto tan simple aparece la conexión. Una conversación espontánea, una risa inesperada, un silencio compartido que también dice mucho.

Y ahí entiendes que no necesitas esperar a tus amigos, a tu pareja o a tu familia para hacer el viaje de tus sueños. Puedes hacerlo ahora, con otros que también se atrevieron a llegar solos, pero abiertos a encontrarse. Y en ese encuentro se crea una comunidad.

Con los años, hacerse nuevos amigos se vuelve difícil. La vida adulta no siempre nos da espacio para conexiones auténticas, para quitarnos las máscaras. Los amigos de siempre siguen estando, pero a veces los caminos divergen y uno ya no vibra en la misma frecuencia. Por eso, viajar en grupo se siente como un regalo inesperado: la posibilidad de construir lazos con personas que entienden el mismo momento vital en el que estás, porque ellos también lo están transitando.

Además, también pasa que como son personas desconocidas, con las que no has creado ningún rol, te puedes permitir ser quien quieras ser en ese viaje, soltar el rol de mamá, hermana, jefa, novia, esposa y ser quien quieras ser en ese viaje. 

Hoy lo tengo claro: aunque me encante viajar sola, aunque sepa planear, definitivamente me regalaría un viaje con una agencia y en grupo. Para volver a sentirme como cuando era niña en vacaciones, cuando mis papás decidían todo y yo solo me dedicaba a gozar y a hacer amigos.

Claro que no se trata de cualquier agencia, sino de encontrar una que resuene con mis valores, que viaje con intención y con respeto por lo local. Porque al final, más que del destino, se trata de la forma en que eliges recorrerlo.

Viajar con otros es recordar que no tengo que cargar todo sola, que también puedo descansar en la guía de alguien más, y que en ese soltar se abre el verdadero regalo: una experiencia compartida que expande no solo mi manera de viajar, sino también mi manera de vivir.

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